1/5/07

El alma helada




Barcelona. Puente del maremagnum. 22 de abril. A eso de las cinco de la tarde.

Durante unos minutos el puente se cierra a la gente para que pasen unos barcos.

A ambos lados se va acumulando gente. Cientos de personas al sol esperando a que se pueda volver a pasar.

La cosa se retrasa y nos empezamos a sentar en el suelo. Hace un día estupendo, la gente se lo toma con calma. Las guiris aprovechan para tumbarse con la cabeza apoyada en las mochilas para captar hasta el último rayo de sol. Apenas a unos metros de donde me encuentro hay una anciana con dos bolsas de plástico. Es una mendiga, pero se mueve con dignidad y hasta con coquetería, con los labios y los ojos pintados. Está cansada y a duras penas se sienta en el suelo a esperar.

Diez minutos después, terminan de pasar los barcos y vuelve a abrirse el puente para la gente. Todo el mundo se incorpora despacio, sin prisas, como desperezándose y las dos masas humanas empiezan a andar en cada dirección.

Miro a la anciana. Se está intentando levantar. Apoya una rodilla en el suelo y trata de levantarse. Le tiemblan las piernas y los brazos. Parece que no va a poder hacerlo sola. Yo veo esto desde diez metros y no la ayudo. Ni yo, ni nadie de las cientos de personas que pasan por su lado, que incluso tienen que desviarse para no pisarla. Por fin se levanta sola. Sin pedir ayuda. Seguramente porque ya sabe lo que se puede esperar de la raza humana. Seguramente porque sabe que si no hubiera sido una indigente, la gente la hubiera ayudado en seguida, porque sabe que si hubiera sido joven, no le hubieran faltado brazos para que se apoyara.

La sociedad no quiere a los débiles ni a los fracasados. Cada vez que recuerdo esa imagen, se me encoge el corazón. El mismo corazón que ya no se inmuta cuando oye que han muerto 60 personas en un atentado en Bagdad o que se ha hundido un cayuco al salir de Senegal.

Quizá sea difícil cambiar el mundo o cambiar nuestra visión de cómo debe ser la sociedad, pero al menos hoy voy a abrigarme un poco el alma, para que no se me siga helando…

3 comentarios:

Musa Sosa dijo...

Lo has escrito con el alma, porque has conseguido transmitirme el frío, hasta me ha parecido ver a la anciana...

Anónimo dijo...

Te entiendo, pero .. en una ciudad ves esa imagen al día muchisimas veces, como: mendigos que piden limosna o algo de comer, como gente que se gana la vida en la rambla de mimo,gente que vende su cuerpo por no tener nada de nada. Si,en mi caso aveces das, o aveces ayudas, pero si lo tuvieramos que hacer a todos los que vemos no acabariamos nunca. Es triste , pero real.

Browner dijo...

Mire, Tienes razón, no es cuestión de ir de hermanitas de la caridad por la vida. Pero creo esta sociedad, a través de los políticos y los medios de comunicación (tanto monta monta tanto), nos están manejando el "termostato" de nuestros sentimientos a su interés. Quieren que nos calentemos al máximo con temas como el sentimiento nacionalista o la política antiterrorista, y por otro lado nos enseñan a "congelar" cualquier sentimiento fuera de la línea marcada, nos da igual lo que pase en el tercer mundo, nos reimos de los hippys ecologistas de Greenpeace...
No soy ingenuo, bueno, no mucho, pienso que la cosa no va a cambiar, pero por lo menos si pensamos todos un poquillo en el tema, igual en vez de poner un granito de arena para que esto mejore, ponemos un poco más...